jueves, 29 de julio de 2010

5 - EL PADRE Y EL HIJO

NOTA DEL AUTOR


Esta es una historia con la que muchos hombres se identificarán. ¿Es usted el padre... o el hijo? Aunque no sea ninguno de ello, ni siquiera de sexo masculino, esta historia es de importancia para nuestro planeta. Es una historia sobre el odio —del tipo que dura toda una vida—, uno de los tests supremos de la naturaleza humana. El odio es como un resorte en espiral. Lo que la mayoría de la gente no sabe es que cuando se desenrosca, ¡tiene el poderoso potencial de convertirse en amor!

Déjenme ahora que les cuente la historia del padre y el hijo. Dejen que el amor sature cada poro de su cuer­po a medida que la verdad de esta historia real se abra ante ustedes. Ahora es el momento de sanar lo que qui­zás hayan pedido antes, porque la sanación entrará en acción. Acción es el resultado del conocimiento.

Había en el planeta Tierra el padre. Ahora, aún no era padre, pero lo esperaba con ilusión, porque el nacimiento de su hijo era inminente. Deseaba que el niño fuera varón, porque tenía muchos planes para él. El padre era carpintero, y deseaba enseñar el arte de la carpintería a su hijo.

-¡Oh, tengo tantas cosas para enseñarle! —decía. Le enseñaré los trucos del negocio, y sé que tendrá inte­rés y continuará llevando el nombre de nuestra fami­lia en la profesión.

Y así, cuando llegó el nacimiento y fue un niño, el padre estaba lleno de alegría.

-¡Este es mi hijo! -decía a todo el mundo— Este es el que continuará con el linaje de la familia. Es aquel que llevará mi nombre. Este es el nuevo gran carpin­tero, porque le enseñaré todo lo que sé. Mi hijo y yo nos lo pasaremos muy bien juntos.

Y así, el niño crecía y se hacía mayor y quería a su padre. Porque el padre, que le adoraba, le animaba a cada oportunidad diciendo:

-Hijo, ¡espera hasta que pueda compartir estas cosas contigo! Te encantará. Compartirás nuestro linaje y nuestro oficio y nuestra familia, y estaremos orgullosos de ti mucho después de que me haya ido.

Pero algo inhabitual sucedió durante el camino. A medida que avanzaba la vida, el hijo empezó a sentir­se sofocado por la atención de su padre, y empezó a sentir que tenía su propio camino, aunque no lo reco­nociera con esas palabras.

El hijo empezó a rebelarse en pequeñas cosas. Cuando cumplió diez años, ya no estaba interesado en lo que el padre tuviera que decir sobre la carpinte­ría o el linaje.

Dijo respetuosamente a su padre:

-Padre, por favor hónreme; tengo mis propios deseos. Hay cosas en las que estoy interesado que no son la carpintería.

El padre no podía creer lo que estaba oyendo y dijo:

-Pero hijo, ¡no lo entiendes! Mira, yo soy más sabio que tú, y puedo tomar decisiones por ti. Déjame que te muestre estas cosas. Déjame ser el maestro que se supone que soy, y nos lo pasaremos muy bien juntos, tú y yo.

-Yo no lo veo así, padre. No deseo ser carpintero, ni tampoco quiero hacerle daño, señor. Pero tengo mi propio camino y deseo seguir mi senda.

Esta fue la última vez que se utilizó la palabra "señor", porque el honor entre padre e hijo se desin­tegró gradualmente y disminuyó hasta que se convir­tió en un vacío de oscuridad y negrura.

Al seguir creciendo, el hijo se dio cuenta de que el padre continuaba forzándole para que se convirtiera en algo que no deseaba ser. Y finalmente el hijo se fue de casa, sin decir adiós siquiera a su padre, sino sim­plemente dejándole una nota que decía:

-Por favor, déjeme en paz.

El padre se sentía mortificado. "Mi hijo...", pensa­ba, "he pasado 20 años esperando este momento. Se suponía que tenía que serlo todo... el carpintero, el gran maestro del arte con mi nombre. Estoy avergon­zado. ¡Ha arruinado mi vida!"

El hijo también pensaba: "Este hombre ha arruma­do mi infancia y me ha dado forma para ser algo que no he escogido ser. Y escojo no tener afecto por él." Y así pues había, entre padre e hijo, enfado y odio, y así continuó a lo largo de sus vidas. Y cuando el hijo tuvo su propio hijo, una hermosa niña, pensó: "Quizás, sólo quizás, debería invitar a mi padre a ver esta hija de su linaje". Pero entonces lo reconsideró, pensando:

No, éste es el padre que arruinó mi niñez y que me odia. No voy a compartir nada con él. Y así fue como el padre nunca llevó a ver a su nieta".

Y resultó que a los 83 años, el padre murió. Y en su lecho de muerte miró hacia atrás y dijo:

-Quizás ahora, cuando se acerca mi muerte, lla­maré a mi hijo.

Y en ese momento de sabiduría, sintiendo la muer­te cerca, envió a buscar a su hijo,

La respuesta que llegó del hijo fue:

-No me importas, porque arruinaste mi vida. Aléjate de mí. Y añadió: -¡Me alegraré de tu muerte!

¡Oh, había una tremenda energía de odio en la mente y los labios del padre al expirar, que pensaba cómo podía tener un hijo tan despreciable!

El hijo vivió una buena vida. Y también a sus 80 años falleció, rodeado de una familia que le quería, y que se lamentaba de que su esencia no siguiera andando por este planeta. Y aquí, queridos, es donde verdaderamente empieza la historia. Porque el hijo pasó a la cueva de la creación. Hizo el viaje de tres días en que recuperó su esencia y su nombre y avanzó hacia el salón del honor. Y allí pasó mucho tiempo en adoración, allí donde literalmente millones de entidades, en un estadio que no pueden comprender, le aplaudieron y le honraron por lo que había pasado durante su vida en este planeta.

Lo ven, queridos, todos ustedes han estado allí antes, pero no podemos mostrárselo porque arruina­ría su estancia aquí y les daría demasiados recuerdos. Pero ustedes estarán aquí de nuevo algún día para recoger el nuevo color. Porque estos colores son vistos por todos en el universo cuando les encuentran a uste­des. Sus colores son un identíficador que indica que usted fue un guerrero de la luz en el planeta Tierra. Es difícil para ustedes, lo sé, concebirlo en este momen­to en que les cuento esta historia, pero aun así es cier­to. No tienen idea de lo importantes que son estos identificadores de la Tierra únicos. Algún día recorda­rán mis palabras cuando me encuentren en la audien­cia en el salón del honor.

Y así, el hijo estaba allí para recibir sus premios, y sus nuevos colores se situaban en su energía para que giraran con sus otros colores y mostrar a los que le rodeaban quién era. Y cuando esto acabó, el hijo, en el abrigo de la entidad universal real que era, entró en un área en la que inmediatamente vio a su mejor amigo Daniel, aquel al que dejó para ir al planeta Tierra. Y vio a Daniel a través del vacío y exclamó:

-¡Eres tú! ¡Te he echado tanto de menos! Y se acercaron, por así decirlo, y se abrazaron, intercambiaron sus energías. Y con gran alegría habla­ron de los viejos tiempos universales que habían dis­frutado juntos antes de que el hijo fuera a la Tierra.

Paseando por el universo con su amigo Daniel, un día le dijo:

-¿Sabes Daniel? Fuiste un padre maravilloso en la Tierra

-Mi querido amigo, y tu fuiste un hijo maravillo­so -contestó Daniel-. ¿No es increíble lo que pasa­mos como humanos? Qué completa era la dualidad que nos separó como mejores amigos cuando estába­mos en la Tierra.

-¿Y cómo pudo ser algo así? -preguntó el que había sido el hijo.

-Oh, era porque el velo era tan fuerte que no sabí­amos quiénes éramos realmente —respondió el que había sido el padre.

-Pero el plan funcionó tan bien, ¿verdad? -pre­guntó el que había sido el hijo.

-Sí, lo hizo -contestó Daniel—, porque nunca entre­vimos ni un resquicio de quiénes éramos realmente.

Y así dejamos a estas dos entidades avanzando hacia la próxima sesión de planificación de la Tierra. Y podemos oír a uno que dice:

—¡Hagámoslo de nuevo! Sólo que esta vez, yo seré la madre y tú serás la hija!



POSTDATA DEL AUTOR

Esta preciosa historia se cuenta especialmente para algunos de ustedes que están leyendo esto ahora mismo, y que aún tienen que reconocer el don de lo que está sucediendo en su vida, o aún tienen que reconocer a su mejor amigo.

¡Fíjense en el amor que necesitaron estas dos entidades para acordar pasar por este drama! La historia les da un ejemplo de enfado y odio, pero son sólo atributos kármicos. Son miedos que romper, y les digo a ustedes ahora que aunque el padre o el hijo hubiera reconocido duran­te su vida quién era, habría afrontado el miedo del odio y del enfado; y habría salido con amor. El otro no lo hubiera podido resistir, y las cosas hubieron sido distin­tas para ambos. Esta es la lección humana de la nueva era. A pesar de lo que ustedes creen que está frente a uste­des y la manera en que se presenta, puede que sea sólo una prueba tan delgada como el papel, lista para disol­verse y convertirse en amor y compromiso pacífico.

¿Tienen un enfado sin resolver con otro? Es una juga­rreta del karma y una lección para ustedes, porque tam­bién saben cuánta energía es necesaria para mantenerlo y la manera en que se perpetúa a sí mismo aparente­mente sin ustedes. ¿No es tiempo ya de dejarlo ir?

El amor es el mayor poder del universo. Esta energía de amor no es sólo lo que le da paz y poder. Esta energía también es responsable de su silencio frente a la acusa­ción; la sabiduría y discernimiento de saber que ustedes ayudaron a planear todo lo que les rodea. Curiosamente, este amor también es responsable de las cosas más ilumi­nadas que puedan imaginar, porque la fuente de su esce­nario kármico también es amor. A veces puede tomar un aspecto extraño, como odio o enfado hacia un miembro de la familia, pero el amor es el rey del plan, y espera a que ustedes lo descubran en la solución de su miedo. El amor tiene sustancia y densidad. Tiene lógica y razón. Es la esencia del universo, y les ha sido transmitido con las palabras de esta historia.

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